Por Francisco Espinosa de los Monteros Sánchez y Pablo Pomar Rodil, historiadores del Arte.
Publicado en Diario de Jerez, el 10/03/2009.
En el antiguo convento de frailes mínimos de Jerez de la Frontera, radica desde 1564 la Hermandad de la Soledad. Los frailes mínimos tenían a la Virgen de la Victoria como su propia advocación mariana, a la cual dedicaban la mayoría de sus monasterios. Sin embargo, desde que en 1565 se pusiera al culto en su cenobio madrileño la famosa imagen de Nuestra Señora de la Soledad que había realizado Gaspar Becerra por encargo de la reina Isabel de Valois, esta nueva advocación quedó de igual modo íntimamente ligada a la orden y la imagen madrileña -lamentablemente destruida en la última guerra civil- convertida en modelo iconográfico para esta advocación en toda España. Es por ello que apenas veinte años después de fundado el convento jerezano, se organizó en él una hermandad de penitencia con esta advocación mariana como titular.
La actual dolorosa de esta hermandad, una de las mejores artísticamente entre las existentes en la ciudad, no data de aquellos años fundacionales: es muy posterior. Se trata de una escultura de gran belleza cuyo modelado, basado en modelos tomados del mundo clásico, da a la imagen esa expresión de contención ante el dolor tan característica del momento artístico en que se gesta, el neoclasicismo, sin que por ello podamos considerarla como una imagen propiamente neoclásica, toda vez que el sólo hecho de estar hecha para ser vestida responde a un concepto netamente barroco.
Adjudicada desde hace años a un desconocido escultor llamado José Fernández Pomar en virtud de una inscripción a tinta existente bajo torso donde, además de la fecha de realización, 1800, aparece el nombre de este artista y el del diácono José Moreno, mayordomo de la hermandad que cuatro años más tarde la donaría al convento de la Victoria de Jerez junto con un manto de 18.380 reales. La calidad de la obra, nos habla de una mano cargada de oficio que evidentemente tuvo que dejar mayor producción, en modo alguno esta sola imagen, amén de otros rastros vitales en los distintos archivos; sin embargo, hasta el momento todos estos planteamientos quedaban en el más oscuro de los enigmas. La explicación es sencilla, hasta 1871 no quedó regulado el sistema de ordenación de apellidos familiares tal y como lo conocemos hoy y numerosos artistas cambiaban su orden al antojo. Nuestro José Fernández Pomar no era otro que el conocido escultor José Fernández Guerrero, conclusión a la que hemos llegado tras nuestras investigaciones en archivos gaditanos y madrileños.
Son pocos los datos conocidos de la vida de Fernández Guerrero. Sabemos que nació en Ubrique en 1748, que vivió en Cádiz la mayor parte de su vida, que casó con Lucía Cruzado en dicha ciudad, donde falleció en 1826. Pero también sabemos que fue el gozne estilístico de una parentela de artistas que van desde el rococó hasta el neoclasicismo, dado que fue sobrino del también ubriqueño Gonzalo Pomar, afamado entallador rococó, y padre del pintor Joaquín Fernández Cruzado, asunto éste sobre el que volveremos in extenso en un artículo que estamos preparando sobre esta familia de artistas.
Al margen de estos datos biográficos, de su trayectoria y producción artística se puede destacar que pasó a Madrid para formarse en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, de la que fue nombrado académico de mérito. Tras su estancia en la Corte se afincó en Cádiz, donde impartió clases como profesor de dibujo en la Escuela de Plateros y donde ostentó el cargo de Teniente Director de escultura de la Escuela de Bellas Artes a partir de su creación en 1789. Por otra parte son pocas las obras conservadas de Fernández Guerrero, sin embargo, las que quedan delatan su calidad como escultor. Su primera obra conocida data de 1787, la Virgen de las Angustias de la hermandad del Ecce Homo de Cádiz. De entre 1790 y 1793 se conservan los relieves en yeso que sobre el tema de Hércules realizó para la sala de juntas de la Academia. Es autor además de las estatuas de Columela y Balbo el Menor del despacho oval del Ayuntamiento de Cádiz. Fuera de esta ciudad también se conservan otras esculturas salidas de su mano. En 1802 fray Miguel Otura llevó a Sevilla la actual imagen de la Divina Pastora de Capuchinos, obra que Fernández Guerrero había realizado unos años antes y que sustituyó a otra anterior de Cristóbal Ramos datada en 1795. Alrededor de 1806 realizó, por mediación del célebre historiador gijonés Agustín Ceán Bermúdez y para la congregación servita que se había fundado dicho año en la parroquia de Fuentes de Andalucía (Sevilla), una Virgen de los Dolores para la que incluso realizó el diseño de la corona que había de portar. En Sevilla realizó también distintas imágenes y columnas para el retablo mayor del Convento de San Agustín (1819-1822), trabajo éste que por desgracia no ha llegado hasta nuestros días. Es este hasta el momento su último trabajo documentado antes de su muerte en 1826.
Revisando la documentación obtenida, hemos comprobado además que a finales del siglo XVIII fue mayordomo de la Hermandad de la Soledad de Jerez Gonzalo Cruzado, quizá pariente de la mujer de Guerrero, Lucía Cruzado, que acaso pudo servir de intermediario entre la hermandad y el escultor. Estos datos y el que precisamente fuese en esta ciudad donde nació en 1781 su hijo Joaquín, al que ya hicimos referencia, parece indicar una estancia jerezana del artista. De ser así, habría que rastrear otras posibles obras suyas en la ciudad. Una de éstas podría ser la imagen de María de Cleofás de la joven hermandad jerezana del Cristo del Amor, de la que estamos tratando de rastrear su origen. Su análisis estilístico, exclusivamente del rostro dado que las manos no son las originales, desvela un considerable parecido en el modelado con la dolorosa de Fuentes de Andalucía, con la Divina Pastora sevillana y aún con la Virgen de la Soledad que nos ha ocupado en este artículo.
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