Recensión, por la Dra. Juana García Romero
(Universidad Autónoma de Madrid)
Publicada originalmente el 18/2/2014. Actualizada el 21/6/2014.
Villacañas, José Luis: Ramiro de Maeztu y el ideal de la burguesía en España. Madrid: Espasa-Calpe, 2000. pp. 494. ISBN: 84-239-9754-5.
Con esta investigación, José Luis Villacañas trata de esclarecer la
tesis que mantuvo Maeztu: en España, el predominio de la Edad Media
hasta el siglo XVIII, entorpeció la modernización que se estaba dando en
«Europa» y, por ello, convenció a la burguesía de la necesidad de
separarse del liberalismo ideológico para recuperar el protagonismo de
España en la historia.
Se recuerda que Maeztu fue un hombre destacado dentro del ámbito
intelectual español, surgido de la llamada Generación del 98, sucesor de
Menéndez Pelayo y representante de la derecha española en el siglo XX.
Para lograr dicho objetivo, se centró en la lectura de El Quijote, Don Juan y La Celestina
como referentes, a través de los cuales surgieron las distintas formas
de vivir dentro de una misma cultura representada por la figura del caballero. Éste tuvo como misión armonizar el ideal de la burguesía en España
hasta cohesionarla en el caballero de la hispanidad. Para ello, se
contrastan los intereses particulares de la burguesía clásica frente a
la moderna dentro de su territorio de acción: el caballero clásico se
encuentra en Madrid, en Bilbao y en Barcelona el caballero económico,
apareciendo una moral nueva sinónimo de voluntad, de modernidad cuyo
objetivo fue el desarrollo de los valores e intereses del sistema
capitalista (burguesía nacional) frente al sistema feudal (Iglesia y
aristocracia). Se trata de poner fin al siglo XIX. Así Maeztu deshace España y es, entonces, cuando se plantea si España servía o no para la vida moderna reivindicando una ética, la de todos los demás pueblos europeos,
entrando en diálogo, principalmente, con Ortega y Unamuno, por un lado,
y con Max Weber, por otro, centrándose en la polémica real de la
cuestión social española, observando la inapreciable clase media «nacida
del ahorro, del sentido del dinero, de la industria y el comercio» (p.
86).
Como los caballeros son derribados por el caballo, Maeztu, entre 1913 y 1916, plantea el socialismo gremial
como medio para desactivar el sindicalismo revolucionario. Se aproxima a
Fernando de los Ríos porque considera que el socialismo de Estado no es
un ideal democrático, ni liberal, no obstante, Maeztu desconfió de la
República como mito a consolidar en la modernidad.
Entonces, se acerca a Primo de Rivera y retrocede al catolicismo clásico
del siglo XIII, rechazando la idea de Dios como voluntarismo para
defender «la tesis medieval y premoderna del organismo moral de los
bienes supremos como atributos que son del mismo Dios», enfrentándose a
toda la teología política moderna, buscando «al Dios de la verdad y por
sí» donde «la burguesía –como clase social– es la realidad de la
soberanía estatal» a obedecer. De esta forma se impide la revolución
interior porque la misión del Estado es la expansión hacia el exterior.
Al entender así la paz civil del Estado-nación se da paso al
imperialismo, surge un nuevo caballero al que se le conceden derechos
objetivos por estar vinculado a la función social, quedando eliminados
los derechos subjetivos hereditarios.
Critica tanto a la Casa de Austria como a los Borbones. A la primera,
por despreocuparse de «elevar el dinero y el trabajo a sacramentos» y, a
la segunda, porque considera que «el error de esta España de los
Borbones había sido oponerse a la de los Austrias, entenderse como
contraria a la anterior, desprenderse del catolicismo que unía a las
conciencias españolas, para introducir la filosofía materialista de la
Corte de París» (p. 383). La hispanidad que plantea Maeztu, al no
tratarse de una raza, tuvo que buscarla en los mitos hispanos observando
que es, en 1700, cuando surge la Revolución pues «allí se abandonó el
espíritu por la naturaleza, allí se produjo la tabula rasa con el ser español» (p. 384).
Sin embargo, para defender la Hispanidad, habló de la esencia de España
–cuyo representante fue Séneca– como humanismo radical (la verdad vive
en el hombre). Reivindicó un nacionalismo español fundamentado en la
defensa de la monarquía católica, antinacional, con la pretensión de
crear un nacionalismo hispano en el que se restablezca la unidad
espiritual entre los creyentes españoles y los descreídos, por ser más
factible que entre católicos y protestantes de otros pueblos.
Por tanto, la Hispanidad es la que garantiza la igualdad y la dignidad
entre los hombres. Esto tiene sus propias consecuencias debido a que «la
cultura Austria vio siempre que el telos de la res publica española era la defensa de la catolicidad, que atribuyó la última decisión soberana a la Iglesia y nunca reconoció un telos inmanente a la actuación del Estado, en el que pudieran vivir creyentes y no creyentes, como en la res publica calvinista podían vivir elegidos y condenados» (p. 395).
Villacañas va mostrando con su estudio que capitalismo y modernidad, guiados por la ratio,
dejaban de depender de la cultura católica, propia de la dinastía
Austria. Así, se lee que «entre el hidalgo secularizado y el hidalgo
anacrónico era perfectamente previsible el duelo. La tragedia española
de 1936 no es sino la repetición estructural de los graves sucesos de
1834 ya denunciados por Menéndez Pelayo como guerra civil» (p. 444).
Llegando a este punto, avisa de un «rival ideológico» dentro del
franquismo por discrepar sobre el planteamiento del catolicismo. Por un
lado, están los nietos de Maeztu que no lo entienden como espíritu de
integración, capaz de asumir las manifestaciones del pensamiento laico
como res nullius del legítimo propietario católico, sino como
búsqueda y denuncia de herejías entendiendo la tradición como
continuidad y, por otro, Laín aboga por la necesidad hermenéutica de la
originalidad cuando se interpreta la tradición.
Descartando «la modernidad española, defendida por tan escuálidos
representantes como la Institución Libre de Enseñanza o el krausismo»
(p. 453), el proyecto de Maeztu es el que sirve para la construcción del
futuro español porque supo renunciar al esteticismo y al criticismo
anárquico y ahora es recogido por el Opus Dei.
El Maeztu de La crisis del humanismo fue referente para Calvo
Serer porque acusó al nacionalismo de ser culpable de las dos guerras
mundiales. Ambos reconocieron que, con la formación de un orden
supranacional, se podía facilitar la comprensión de la vieja aspiración
de España de configurar una Europa unida en los siglos XV y XVI, frente
al comunismo ruso. El sueño de Maeztu se cumple porque al estar España
asentada en el ámbito internacional, Calvo Serer es, ahora, el que pide
la «urgente cristianización de la revolución técnica de los Estados
Unidos para implicarle en una única cultura atlántica y anticomunista»
(p. 468).
Para Villacañas, la evolución histórica de todo esto ha hecho posible
la presencia de «un gran partido socialista moderado y un gran partido
burgués», que tendrán que ir solucionando los problemas surgidos de la
nueva «reordenación de los equilibrios entre la burguesía central y la
periférica vasco-catalana» (p. 478).
En la incapacidad de las elites gobernantes de saber cuándo han de
relevarse, es donde se apoya el catedrático de Historia de la Filosofía
de la Universidad Complutense de Madrid (anteriormente, en la
Universidad de Murcia) para mantener la premisa de la tragedia española
que ya percibió Maeztu en 1898.
Si esto es así, la cuestión a resolver es qué tipo de elite será la
encargada de asumir dicha responsabilidad y bajo qué principios:
aquellos que garanticen la coherencia o la agitación entre los caballeros.
El 19 de junio de 2014, Felipe de Borbón fue proclamado Rey de España (Felipe VI) ante
las Cortes (Congreso de los Diputados) donde juró la Constitución española.
Prfª Drª Juana García Romero
Universidad Autónoma de Madrid.